Martha Rodríguez ©

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La construcción de relatos sobre el pasado no es patrimonio exclusivo – y en numerosos casos ni siquiera dominante- de la historiografía profesional, aunque esta alegue en su favor la posesión de protocolos de trabajo y análisis que garantizarían su capacidad para hacerlo (note 1). Desde el siglo XIX, la construcción de un campo profesional de historiadores fue un proceso complejo, con avatares y modulaciones nacionales, en el que los historiadores se vieron -y se ven- interpelados por otras narrativas sobre el pasado que intentan imponer la misma legitimidad de enunciación para sus interpretaciones.

El papel de mediadores entre el presente y el pasado no ha sido nunca monopolio de los historiadores, pues en la construcción de versiones acerca del pasado compiten relatos provenientes de diferentes esferas y colectivos (medios de comunicación, intelectuales, organizaciones políticas y sociales, otras disciplinas), que hacen un uso de la historia que trasciende a los propios historiadores y a su producción historiográfica, como sostiene Gallerano “…si può dire che sia nato con la nascita della storia come attività conoscitiva…” (2). Es un fenómeno con el que la historiografía profesional está obligada a convivir, cordial o conflictivamente, según las tradiciones culturales, el prestigio de las comunidades académicas o la relación entablada con las estructuras estatales. Desde otro punto de vista, quizá esto haga más interesante el objeto de estudio de la historiografía, al dilatar sus márgenes más allá de las estrechas fronteras de la historia profesional.

En la Argentina, el crecimiento y la consolidación de una historiografía profesional cruzó su cauce durante todo el siglo XX con otras lecturas del pasado que la desafiaban desde fuera, y cuya legitimidad distaba de buscar apoyo en el saber académico. Éstas utilizaron con frecuencia el ensayo histórico como género para pensar lo social y hacer inteligibles la realidad presente, buscando sus causas últimas en la forma como la sociedad, la política, la economía y el campo de la cultura se fueron entramando a lo largo de la  historia (3).

En una relación tensa y conflictiva con la historiografía profesional, el ensayo histórico gozó en general de un éxito de público considerable. La crisis del 2001 en la Argentina, por ejemplo, abrió el dique para discutir sobre el rumbo de la Argentina, sin embargo los historiadores tuvieron poco eco en la opinión pública para sus reflexiones, fueron poco interrogados por el público masivo en busca de respuestas. Ese lugar lo ocuparon  autores de obras sobre temas históricos, provenientes en general del periodismo, las letras o la política, obteniendo su legitimación de su éxito editorial y mediático (4).

Desde hace ya una década se ha expandido en la Argentina la publicación de libros que bajo el rubro de historia o ensayos históricos comparten por lo menos un elemento en común: el intento de explicar la situación actual del país, la sociedad, la política o la economía buscando sus causas últimas en el pasado nacional (5). Esta expansión de la edición se vio acompañada por un éxito masivo de ventas y la entronización de sus autores en los medios de comunicación e instituciones del ámbito social y cultural, convirtiéndolos en referentes autorizados para hablar sobre el pasado para el gran público (6).

Con grandes diferencias entre ellos, estos ensayos históricos comparten varios elementos : Apelan (usan) a la historia para explicar la situación actual de la Argentina, lo que equivale a decir que en el pasado está la clave de los problemas del presente. Están pensados para un público no académico, están escritos en general no por académicos sino por periodistas, políticos o escritores, o en todo caso por académicos que explícitamente dicen estar interesados en hablarle a un público más vastos que sus pares, tomando una actitud que ellos consideran distinta de la habitual en el campo académico y por ende poco común entre sus colegas; tienen un lenguaje coloquial en el que se combinan el humor y guiños al lector en el desarrollo del argumento; su publicación ha sido acompañada de una gran difusión mediática, pues la mayoría de ellos fueron comentados, discutidos y apoyados en programas de radio, de televisión, y en diarios y revistas; además de librerías se venden en espacios no convencionales para los libros de historia; la mayoría se convirtieron rápidamente en auténticos best-sellers (7) capaces de competir  en número de ventas con exitosos libros de ficción (8).

La apelación a la historia para explicar la crisis argentina y especialmente el  lugar que la opinión pública les asignó a estos autores como interpretes del pasado nacional y del presente, no tardaron en generar reflexiones y debates en todo el amplio espectro del campo historiográfico. Estos libros generaron preguntas acerca de quiénes son las voces autorizadas para hablar del pasado y en que basan su legitimidad, cuáles son las reglas para hacerlo o porqué algunas de estas interpretaciones dieron lugar a best-sellers cuando investigaciones académicas sobre estos mismos temas no tuvieron la misma recepción y en general no lograron sortear las fronteras de la propia corporación.

En las páginas que siguen, aunque describiremos algunas interpretaciones que sobre el pasado y el presente de la Argentina construyeron algunos de estos autores, nos centraremos especialmente en la recepción, críticas y polémicas que estas obras generaron en el mundo académico (9). Para ello, hemos seleccionado obras de tres autores : Argentinos I y II de Jorge Lanata; Los mitos de la historia argentina I y II de Felipe Pigna; e Historias Argentinas. De la conquista al proceso de Mario O’Donnell (10).

La elección de estas obras no es aleatoria, todos son auténticos best-sellers. El libro de J. Lanata iba en el año 2006 por su decimoctava edición en tres años (la primera edición es de Abril del 2002), ocupando durante varios meses el ranking de los 10 más vendidos y con más de 200.000 ejemplares del primer tomo vendidos. En la edición 2004 de la Feria del Libro, Lanata fue homenajeado por tratarse del autor que mayor cifra de ventas había logrado en los últimos 40 años tomando en cuenta la cifra y el periodo de venta. El libro de F. Pigna iba en el año 2008 por su vigésima reimpresión (la primera edición es de Febrero de 2004) y fue uno de los libros más vendidos en las ediciones 2004, 2005 y 2006 de la Feria del Libro entre los de no-ficción (11). De Historias Argentinas. De la conquista al proceso de M. O’Donnel publicado en 2006 se han tirado más de 180.000 ejemplares, y ésta y otras obras suyas figuraron meses enteros en las listas de los libros más vendidos de los años 2005, 2006, 2007 y 2008. En los tres casos varias de sus obras fueron también editadas en versión de bolsillo a costo más bajo que las ediciones originales (12).

En los tres casos se trata de obras que dieron lugar a respuestas desde el campo de la historia profesional, su éxito de ventas disparó entre los historiadores reflexiones sobre los usos de la historia, sobre las cualidades que hacen de alguien un historiador y especialmente sobre quienes y que características tienen las voces autorizadas para hablar sobre el pasado. Estas intervenciones, a diferencia de otras de similar naturaleza, no quedaron reducidas a los estrechos marcos de la academia sino que se amplificaron en revistas y periódicos de circulación nacional y local y en la respuesta de los propios autores ante estas reflexiones.

Por otro lado, los tres autores han establecido un contacto con sus lectores más allá de sus obras, son personajes públicos que tienen sus propios programas de radio y TV, columnas en diarios y revistas, y sitios web.

Felipe Pigna fue columnista de Radio Mitre y Rock and Pop, en donde actualmente tiene un programa semanal llamado Lo pasado pensado, fue además colaborador de las revistas Noticias, Veintitres y del diario La Voz del Interior y actualmente es columnista de la edición dominical del diario Clarín, uno de los diarios nacionales de mayor tirada diaria. Es director de la revista Caras y Caretas y del sitio web http://www.elhistoriador.com.ar/ que había recibido hasta noviembre de 2010 más de 7.900.000 visitas.

Ha publicado una gran cantidad de libros sobre historia argentina. A los mencionados 4 tomos de los Mitos de la Historia Argentina se suman otros como Evita, San Martín, el político I, 1810, Libertadores de América, Mujeres tenían que ser (13). También dirige desde el año 2009 la colección Biblioteca Emece del Bicentenario publicada por esa editorial.

Condujo el programa Vida y vuelta, Lo pasado pensado y actualmente el programa de entrevistas Que fue de tu vida y El Espejo Retrovisor por canal 7 y el programa Historias de nuestra historia por Radio Nacional. Fue co-protagonista y guionista junto a Mario Pergolini de Algo habrán hecho, un exitoso programa de historia argentina que salió al aire durante dos  temporadas por canal 13 y con el que  obtuvo el premio Martín Fierro al mejor programa cultural en el año 2006 y 2007. Es el presentador y conductor oficial de los documentales Unidos por la Historia emitidos durante 2010 por The History Channel sobre los bicentenarios latinoamericanos. En el ámbito universitario es director del Centro de Difusión de la Historia Argentina de la Universidad Nacional de Gral. San Martín.

También a incursionado en obras dirigidas al público infantil y juvenil, es autor de libros de texto para la escuela secundaria de la editorial A-Z (14), y de las colecciones Historia de Nuestra Historia, libros y DVD’s para trabajar las efemérides escolares, y La historieta argentina, una serie libros sobre personajes históricos editados en formato de historieta para chicos (15).

Jorge Lanata es periodista. Fundó y dirigió hasta mediado de los años 90’ el diario Página 12, y más tarde la revista Veintitrés y EGO, y en los últimos años el diario Crítica de la Argentina. Fue conductor de dos de los programas de periodismo político más exitosos de la década del noventa en la televisión: Dia D y Detrás de la Noticias; y de programas en las radios Nacional, Belgrano, Rock and Pop y Del Plata. Actualmente conduce Lanata AM por radio Del Plata Recibió por estos trabajos reiterados premios Martín Fierro al mejor programa radial y de TV y a la mejor conducción en la segunda mitad de la década del 90’. Actualmente escribe el panorama político del diario Perfil y participa de la Tertulia Latinoamericana en la cadena de radio española Ser, junto a Álvaro Vargas Llosa y Boris Izaguirre.

Autor y director de la película documental Deuda, nominada como mejor Guión y Mejor Documental 2004 para los Premios Cóndor de Plata, fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Mar del Plata y de la Provincia de Córdoba en los años 2003 y 2004 respectivamente

Mario O’Donnell fue conductor de programas de divulgación histórica y entrevistas en Radio Mitre, canal 7 y canal a. Inició su carrera literaria como escritor de ficción en 1975 y a fines de los años 80’ empezó a incursionar en el género histórico con obras como El grito sagrado. La historia argentina que no nos contaron, El grito sagrado y El águila  guerrera; o  biografías como Juana Azurduy, la teniente coronela, Monteagudo, la pasión revolucionaria, Juan Manuel de Rosas, el maldito de la historia oficial y Che, la vida por un mundo mejor que fue la base del documental Che, el hombre, el final, de gran difusión internacional.

Autor de obras teatrales, entre ellas varias de temas históricos como El sable, El encuentro de Guayaquil y La tentación, obra  que obtuvo el Primer Premio Municipal y el Premio Fondo Nacional de las Artes. Actualmente conduce el programa Contar la Historia emitido por Radio Ciudad y Archivos O´Donnell un ciclo de entrevistas a figuras del arte y la cultura emitido por Canal Encuentro. También administra una página web sobre historia argentina http://www.odonnell-historia.com.ar/ que había recibido a fines de noviembre de 2010, 390714 visitas. En el ámbito académico es director del Departamento de Historia Argentina de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES)

Fue condecorado por España con la Orden de Isabel la Católica, por Francia con las Palmas Académicas por sus aportes a la cultura y la literatura y por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aries que lo distinguió nombrándolo Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.

Sin embargo no todo son similitudes entre estos autores. Sus posiciones frente a la  opinión pública, sus credenciales profesionales y su capital simbólico son diferentes. En el caso de J. Lanata,  estos libros son producto de su consagración anterior como periodista de investigación serio y de sus programas de TV como  éxitos de audiencia. Es esta trayectoria el plafón que le otorga por un lado, autoridad para escribir sobre el pasado ante la audiencia, y por otro lado le garantiza a la editorial un éxito de ventas.

Algo similar ocurre con Mario O’Donnell, Dr. en psiquiatría, escritor y dramaturgo, fue funcionario de distintos gobiernos y ocupó diversos cargos públicos. Fue Secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires en la década del 80’ como parte de la administración radical, de allí saltó al ámbito nacional durante la presidencia de Carlos Menem, quien lo nombró agregado cultural y luego embajador en Panamá y Bolivia y finalmente fue elegido senador. En esos ámbitos cultivó una imagen de intelectual interesado y comprometido con la historia argentina que de vez en cuando aceptaba participar en política, pero cuya apuesta era a la difusión en el gran público de aspectos de  nuestro  pasado oscurecidos por diferentes circunstancias. La popularidad y las redes de sociabilidad establecidas en esos ámbitos, junto con la tarea de divulgación histórica que encaró desde los  medios masivos de comunicación  y sus libros, lo convirtieron rápidamente en un personaje público con credenciales de historiador.

F. Pigna es profesor de historia egresado del Instituto Superior del Profesorado “Dr. J. V. Gonzalez”,  profesor de las universidades nacionales de Lomas de Zamora y San Martín, y del Colegio secundario Carlos Pellegrini que depende de la Universidad de Buenos Aires. Si bien cuando publica el primero de los libros de la saga Los mitos de la historia argentina a principio del 2004, ya era conocido por sus columnas en radio Mitre, su programa de entrevistas en canal 7 (compartido con O’Donnell) y sus colaboraciones en las revistas Veintitrés y Noticias, la llegada masiva al gran público, su transformación en una figura mediática se produjo con el éxito del mencionado libro. En este caso, es este éxito de ventas el que consolida su imagen, lo legitima como voz autorizada y lo hace visible ante auditorios más amplios que los que lo conocían por sus videos de historia argentina  Ver la historia o por algunas de sus obras anteriores (16).

Tanto J. Lanata como  F. Pigna y M. O’Donnell comparten con el resto de los ensayos históricos, la idea de que la situación actual de la argentina sólo puede ser entendida buceando en su historia. Sin embargo en estos autores la historia tiene una utilidad adicional, no sólo es el  arcón en el que se puede buscar “un momento” que permita explicar la actual situación política, económica o social, es principalmente un herramienta para transformar la sociedad, para mostrar qué y quienes son los responsables de los problemas del presente. Esto siempre y cuando le sea posible abandonar el triste lugar de “materia de estudio escolar” (17) – que no despierta el más mínimo interés –, que el poder, que los grupos dominantes, le dieron a la historia para impedir justamente la conformación de una “…Identidad ciudadana consciente de sus derechos con marcos legales y referenciales claros que avalen sus demandas y hagan posibles sus deseos de realización personal y social...” (Ibidem).

Tanto en la obra de F. Pigna como en la de J. Lanata y M. O’Donnell, aunque en estas últimas menos explícitamente-, se señala que el resultado de la cristalización de este formato historiográfico fue la difusión de una imagen de la historia muy cercana a la de estampas de efemérides de calendario escolar, con héroes y villanos muchas veces mal enrolados en esas categorías, “…Una historia sin peleas, hechas por hombres de bronce que miraban a lo lejos…” (18).

Para estos autores, el análisis y la difusión de la historia nacional, al contrario de lo que han terminado haciendo de ella, es un instrumento indispensable para entender el presente y construir el futuro. Así según Pigna, “…El pasado debería ayudarnos a dejar de pensar que en este país siempre estuvo todo mal y por lo tanto nunca estará nada bien. Nuestra historia, rica cómo pocas, desmiente categóricamente esa frase funcional al no cambio, que no nos deja la posibilidad de soñar con un país mejor para todos…” (19).

En la obra de M. O’Donnell analizada, este afán pedagógico de la historia está menos presente, no hay un prólogo, introducción o conclusiones que avancen sobre este tópico, sin embargo en varios pasajes del libro hay una permanente alusión a la historia que no nos contaron, nos ocultaron o tergiversaron (los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX y de allí en adelante), construyendo un relato histórico oficial que hasta hoy se cultiva en las escuelas, los medios masivos y el campo académico (20). En una entrevista reciente el autor ampliaba esta idea señalando cuáles son a su entender los problemas que trae aparejado el desconocimiento del pasado“…Si a uno le enseñaran bien la verdadera historia sería mucho más fácil entender los sucesos del presente. Es un defecto de nuestra clase dirigente, no solo política sino también la acomodada, es que no sabe mucho de historia y seguramente podrían evitar muchos de los errores que se cometen…” (21).

Las interpretaciones sobre las causas de la crisis contemporánea que se cierne sobre la Argentina hacen necesario para los autores comenzar el análisis en el pasado colonial, justamente en el momento en que este se iniciaba : en la conquista y colonización de América. Sin embargo los tres presentan claras diferencias que van de la interpretación a la construcción de los argumentos y el sentido del texto.

En Argentinos, el propósito principal de Lanata no parece ser una investigación histórica profunda que permita desentrañar las causas históricas de los problemas actuales, sino más bien una reflexión sobre el ser nacional, o cómo él señala, de las cosas que nos “Argentinan” (sic) entre nosotros, “…Del alma argentina cuya génesis se remonta a los  primeros días de la formación de nuestra nación y cuyos ecos perfeccionados han signado los sucesos históricos hasta el día de hoy…” (Cabe aclarar que los primeros días de nuestra nación son para el autor los de la fundación de Buenos Aires por Pedro de Mendoza en 1536) (22).

La obra está construida a lo largo de casi 500 páginas divididas en 60 apartados de unas pocas páginas cada uno, agrupados en 14 capítulos. Esos cortos apartados no tienen un hilo analítico o explicativo, no hay procesos históricos que se hagan inteligibles, mas bien son una sucesión de personajes y situaciones cuya trama gira siempre sobre algunas constantes inalterables. Son ellas las que dan unidad a esas estampas de la historia argentina que el autor presenta. De la colonia al presente, cambian los nombres, los escenarios y las circunstancias pero  se mantienen una serie de invariables que son las que J. Lanata rescata como parte de la esencia argentina: La corrupción, la sospecha, la falta de sinceridad, el desprecio por la ley (23).

Son justamente estos elementos los que para el autor explican la situación actual de la Argentina, el país es lo que es (o está como está) porque los Argentinos somos como somos. ¿Porque somos así?, porque así fuimos siempre, desde el principio (24). Para eso sirve en este caso la historia, para mostrar como desde Pedro de Mendoza hasta el ex-presidente De la Rúa (ocupó ese cargo entre 1999 y 2001 cuando la crisis económica, sus efectos sociales y su escasa capacidad para enfrentarla lo impulsaron a renunciar al cargo), los gobernantes y las elites que detentan el poder fueron corruptos (25); o cómo desde el primer contrabando realizado en Buenos Aires para burlar el control español, los círculos de poder económico y político hicieron caso omiso de la ley para beneficiarse.

Varias de las características mencionadas pueden hacerse extensivas al libro de M. O’Donnell. Historias Argentinas tampoco es un libro en el que se explique un proceso histórico o se desarrolle un argumento que hile todos los capítulos del libro. Sus 343 páginas divididas en 15 capítulos siguen un estricto orden cronológico que va de 1492 a 1983. Cada uno de estos capítulos está formado por una innumerable cantidad de apartados de poco más de dos páginas cada uno, que componen pequeños relatos de diferentes situaciones o personajes que sirven para mostrar facetas supuestamente desconocidas, rescatarlos del olvido o relativizar (cuando no presentar oposición) a canonizaciones posteriores sobre ellos.

Si algo puede oficiar de elemento de continuidad en la obra es la percepción de que ya en la época de la colonia se gestaron una serie de actitudes, comportamientos y formas de concebir el destino de la Argentina que pueden rastrearse hasta la actualidad, y que serían en gran parte responsables de nuestra situación. Así “…Las versiones de la nefanda suerte de aquellos primeros españoles que se atrevieron a hollar las tierras de lo que hoy es nuestro país han sido expuestas siempre con solidaridad hacia los conquistadores, lo que constituirá el acto inicial del drama de una Argentina siempre pensada desde otros…” (26), para terminar interpelando a las “…Argentinas y argentinos hemos aprendido que una de las principales culpables de las postergaciones nacionales es la corrupción, presente desde los primeros pasos de nuestra patria. El ejemplo que sigue demuestra que en los tiempos de mayo también la había, aunque la impunidad no era tanta como la actual…” (Ibidem, pàg. 64).

Es por la responsabilidad que estos sucesos tuvieron en nuestra situación actual que para el autor es necesario “contar la historia que no nos contaron”, sacar del ostracismo a aquellos que defendieron los valores de lo nacional como Martín Miguel de Guemes o Manuel Dorrego, revalorizar a los que no lo fueron tanto como José Gervasio Artigas y dejar en evidencia a los equivocadamente incluidos en el panteón nacional de próceres como Bernardino Rivadavia o Carlos Maria de Alvear (27). El trato que la historiografía le ha dispensado a este último es una de las muestras más cabales según el autor, de la forma en que los miembros de la elite del siglo XIX y los constructores de la historia oficial  indultaron a aquellos que nada hicieron por la patria pero compartían con ellos amistades, espacios de sociabilidad, e intereses económicos. La pertenencia de clase les allanó en este caso el camino al panteón a pesar de sus repetidas traiciones (28).

Tan importante como las falencias que habrían arrastrado, según O´donnell a nuestra sociedad a la situación presente – la corrupción, la ineficiencia y la decadencia de los valores –  ha sido el débil patriotismo de los argentinos. Según el autor, desde los lejanos tiempos de la colonia y encarnado en no pocos de los llamados próceres (como Mariano Moreno o Bernardo de Monteagudo) y en las elites liberales de la segunda mitad del siglo XIX, existía la convicción – extendida hasta nuestros días –  de que “… nuestra patria carece de condiciones, sobre todo humanas o raciales , para valerse por sí misma y sólo es viable ‘colgada’ de los intereses de las potencias de turno : Inglaterra, los Estados Unidos, o de los organismos representantes del poder financiero, FMI, Banco Mundial. Poderes que siempre recompensaron generosamente a sus ‘socios interiores’…” (Ibidem, pàg 151). El generalizado desprecio por lo nacional (más acentuado en los sectores dirigentes y en las elites económicas) es uno de los elementos centrales para explicar, según el autor, la situación actual del país.

En Los Mitos de la Historia Argentina, F. Pigna construye una imagen del pasado y de la historia completamente diferente a la de J. Lanata, en la que aparecerían más radicalizadas algunas de las cuestiones ya planteadas por M. O’ Donnell, en particular la idea de la existencia de una historia oficial monolítica, transmitida por la escuela y los medios que ocultó parte de la verdadera historia (29).

Ya desde el subtitulo, “La construcción de un pasado como justificación del presente”, F. Pigna deja bien claro cuál es la concepción de historia que guía su relato. Aquí el objetivo es revelar la verdadera historia, ocultada por los vencedores bajo el manto de la historia oficial. Denunciar  los modos y formas en que los poderosos oprimieron y siguen oprimiendo al pueblo argentino – poniéndolo al borde del abismo como en la crisis del 2001 –, al mismo tiempo que se hecha luz sobre las diferentes maneras en que aun así pudo desarrollarse una resistencia popular que puso en jaque – aunque nunca con éxito duradero – los proyectos de los sectores dominantes.

Esa revelación permitirá descubrir, según el autor, que las causas de nuestros males actuales están en las raíces históricas de la nación. Pero además, que los sucesos del pasado presentan una honda similitud con los del presente cercano y pueden ser analizados con parámetros similares; que los “dueños del poder” operan desde siempre con impunidad, ávidos por satisfacer sus intereses mezquinos que siempre son contrarios al bienestar del pueblo; que las elites políticas son generalmente sus socios. Este “aire de familia” que liga pasado y presente, le permite al autor establecer ciertos guiños, ciertas complicidades con el lector, que se potencian con el uso de términos modernos para dar cuenta de sucesos pasados.

Así sólo por citar algunos ejemplos de este asombroso parecido de situaciones, ya en el temprano siglo XV “…Con tal de no aportar sus joyas para sponsorear la expedición, la reina [Isabel la Católica] recordó un viejo pleito con la ciudad de Palos…” (30); y luego durante la primera fundación de Buenos Aires, Pedro de Mendoza y su gente entablaron relaciones conflictivas con los indígenas pues “…Bastó que los querandíes suspendieran por un día el delivery para 1200 personas para que el ‘noble’ don Pedro los mandara masacrar con palabras amistosas…” (Ibidem, pàg. 86).

Es durante las invasiones inglesas, más precisamente en las deliberaciones realizadas en el Cabildo que destituyeron al Virrey Sobremonte en que se concretó “…El primer triunfo del pueblo sobre la autoridad del rey (…) por la instalación en la opinión pública de la idea revolucionaria de que los funcionarios corruptos, cobardes e ineficientes podían ser removidos por el pueblo organizado…” (Ibidem, pàg. 209). Este argumento, lo mismo que la descripción de Gervasio Posadas, nombrado Director Supremo de las Provincias Unidas en 1814, y para el autor una especie de “…De la Rua de la época…” (Ibidem, pàg. 378), fácilmente pueden ser leídos a través del prisma proporcionado por los sucesos de fines del 2001 y la renuncia del entonces presidente De la Rua, acorralado por las acusaciones de falta de capacidad para manejar la administración pública y la espiral de conflictividad social que introdujo la crisis económica.

El ejemplo más extremo de los orígenes pasados de los “defectos” presentes – y de su inmutable permanencia- es el construido alrededor de la muerte de Mariano Moreno, una de las figuras más destacada del panteón construido por Pigna: “…Así terminaba sus días uno de los primeros revolucionarios argentinos. Su cadáver fue arrojado al mar. Sería el primero de una larga lista….”, en obvia alusión a los vuelos de la muerte, tristemente célebres como una de las formas utilizada por los militares para hacer desaparecer personas durante la última dictadura militar (Ibidem, pàg. 337).

La reconstrucción histórica realizada por Pigna (también la de Lanata y O’Donnell) parece guiada por la fórmula “ayer es igual que hoy” o lo que en términos epistemológico conceptuales suele llamarse la figura del pasado en futuro anterior. En lugar de tratar de entender las especificidades de cada una de las épocas y de cada una de las sociedades, se proyectan sobre el pasado antagonismos, formas de pensar y de actuar propias del presente.

En esta reconstrucción del pasado nacional, Pigna rescata a ciertos personajes, verdaderos patriotas, que intentarán quebrar (sin éxito) las estructuras, creadas por aquellos que se adueñaron del poder. Mariano Moreno, Juan José Castelli, Bernardo Monteagudo, Manuel Belgrano, Tupac Amaru serán algunos de los que tendrán a su cargo encender y mantener encendida la llama revolucionaria.

En las obras analizadas no hay una voluntad de reemplazar un panteón por otro, una tradición política por otra, no hay una desvalorización del modelo establecido para proponer en su reemplazo uno alternativo que permita superar la situación en la que se encuentra el país. Se apela a la idea de una versión oficial del pasado, que ha sido elaborada por los poderosos, los vencedores, los mismos que oprimieron y oprimen al pueblo argentino, y que es necesario hacer esto visible contando la “otra historia, la verdadera”.

La adscripción a este modelo conspirativo, supone por parte del autor una operación histórica tendiente a develar un complot secreto, aquel que ha sido ocultado por una alianza entre el poder y el saber (31), pero esto no es aquí la piedra angular de un nuevo edificio, es más bien la ocasión para una desvalorización generalizada, para la ratificación del sentido común tan instalado actualmente de que todo está teñido de sospecha, corrupción, traiciones y engaños (32). Quizá esta perspectiva de cuenta del clima de ideas y del estado de ánimo de un público que en los primeros años del S XXI tenía pocas esperanzas cifradas en el futuro, de una sociedad que perdía sus ilusiones y necesita encontrar responsables. Y a esto sí dan respuestas los libros, tranquilizando a los lectores sobre su posible responsabilidad en el devenir de los acontecimientos, pues el pueblo, la gente común, nunca fue responsable – ni por acción ni por omisión – de la situación; más bien fue siempre víctima de  engaños, sometimientos y explotaciones.

En la obra de estos autores, – y es probable que esto pueda generalizarse a la mayor parte de este tipo de Best-sellers –, no hay un proyecto alternativo, mas bien son una confirmación de lo que el “sentido común” parece indicar pero dicho por alguien reconocido como autoridad. En el mejor de los casos son intentos de explicación de una situación, de la que más bien podría extraerse la conclusión de que lo más probable es que nada pueda cambiarse, aunque los prólogos y las introducciones están cargados de expresiones de deseo en ese sentido.

El éxito y la masiva difusión de estas obras tuvieron un inmediato impacto en el campo historiográfico. Sus miembros cuestionaron públicamente el espacio que estas obras y autores ocuparon y el lugar que el público lector les dio. Entrevistas, reseñas bibliográficas en periódicos de gran circulación, mesas redondas en eventos masivos, artículos en revistas, fueron aprovechados como púlpito para dar opinión sobre el tema (33).

La primera y más general de las críticas, apunta a  que no son libros de historia (aún si Pigna es un historiador profesional). No son por supuesto investigaciones originales sobre un tema – tampoco es el propósito de los autores -, pero tampoco son aceptados como libros de divulgación histórica. Según Luis Alberto Romero, para ésta es indispensable “…Cultura historiográfica, cultura general y talento literario…” (34) para “…Transmitir a un público amplio los resultados de la investigación historiográfica profesional…” (35), elementos que las obras no trasuntan (36).

Lo que ninguna de estas obras ha respetado, según las voces autorizadas, son las reglas del oficio, aquellas que los historiadores han ido estableciendo como estándares de la profesión a lo largo del siglo XX.  Las que han servido para demarcar la frontera entre el gremio de los historiadores y los amateurs de la historia, y consolidar el campo historiográfico desde que la historia se ha convertido en una disciplina profesional – distinta de la literatura y la filosofía y también de las otras ciencias sociales -, que se enseña y estudia en instituciones específicas, con su cursus honorum, sus publicaciones y un tipo de relato referido al pasado que se pretende científico. En el caso de Lanata y O’Donnell  por desconocimiento de la profesión, en el de Pigna  por no aplicarlas a pesar de  tener el título, credencial que demuestra por lo menos su conocimiento (37).

« …No es un libro que siga las reglas que hemos mencionado » (Ibidem), sostuvo Hilda Sábato en una mesa redonda en Feria Internacional del Libro 2005 cuando al final del debate se le preguntó por el libro de F. Pigna. “…Los historiadores tenemos un sistema para controlarnos recíprocamente. Se acepta que se pueden decir varias cosas sobre un punto pero no cualquier cosa…” (38), sostiene L. A. Romero en una entrevista publicada en la revista que semanalmente publica el diario La Nación, a propósito de los problemas que presentan las obras que quieren dar cuenta del pasado si no se ajustan a los controles de calidad establecidos por la corporación de profesionales.

La primera regla que se les critica haber transgredido es la de la selección de fuentes primarias, la crítica documental y el apoyo en fuentes secundarias de dudosa calidad o mal citadas. En la obra de J. Lanata, el problema principal parece ser el casi exclusivo apoyo en fuentes secundarias ya cuestionadas en el momento de su publicación y en todo caso superadas por las investigaciones de otras obras posteriores. También la cita extensa sin crítica ninguna de diferentes voces, contemporáneas y posteriores, “…De manera polémica, combinando a Ortega y Gasset con Sebreli, a Jauretche con Tácito, a Scalabrini Ortiz con un Halperin mal citado…” (39).

En el caso de Mitos…, el problema central para sus críticos es  la combinación de un uso de fuentes primarias sin las precauciones de la más elemental heurística y hermenéutica, con el apoyo en fuentes secundarias a las que se fuerza para citarlas como aval de la interpretación que construye a lo largo de su obra (40).

Las obras de M. O’Donnell aparecen menos frecuentemente criticadas o analizadas individualmente que las otras dos, pero en la mayoría de las críticas formuladas por los miembros del campo académico su nombre aparece asociado y puesto como ejemplo – junto a los otros dos autores – del escaso apego a la rigurosidad académica de los best sellers sobre la historia nacional publicados en la última década (41).

En todos los casos, la crítica apunta a que son interpretaciones no sustentadas en una erudición sistemática, las conclusiones que pueden extraerse de las obras no están apoyadas en un correcto uso del material empírico, por lo tanto no son fiables.

Un segundo haz de críticas a los libros de F. Pigna, M. O’Donnell y  J. Lanata podrían englobarse en una idea: la singularidad de los hechos y procesos históricos. En lugar de intentar entender las especificidades de cada una de los períodos analizados, las obras rastrean en el pasado las inmutabilidades, las permanencias, pasándolas por el tamiz de la idiosincrasia del presente. Los sectores dominantes y el pueblo, los vencedores y los vencidos, en definitiva los buenos – virtuosos sin matices – y los malos – corruptos y traidores sin atenuantes –, son siempre los mismos a lo largo de varios siglos (42). Sus defectos, sus traiciones, nada de lo que vemos cotidianamente a nuestro alrededor es nuevo, la fórmula “el pasado se repite en el presente” preside las reconstrucciones históricas de estos autores.

El acento en las continuidades simplifica el pasado diluyendo las diferencias, sacrifica las especificidades propias de cada contexto histórico en beneficio de las continuidades que permitirían mostrar que las cosas siempre fueron iguales. Según la historiadora Ema Cibotti, F. Pigna “…En el libro Los mitos de la historia argentina abandona la pluralidad de voces y tensiones interpretativas […] para congelar una visión curiosamente semejante a la de Lanata, aunque fundamentada con mayor ambición. […] Pero no cumple. Al anclar los problemas argentinos actuales en un pasado remoto nos permite experimentar la ilusión de no ser responsables de lo que pasa. Según él, la corrupción actual se origina en el siglo XVII y el Estado cooptado por los grupos económicos para hacer negocios se presenta tempranamente ya en la colonia. Imposible implicarnos con algo que se reitera desde hace más de 250 años; el pasado nos consuela y mientras más se aleje del presente, mejor justificación” (43).

Otro punto de la crítica se ha centrado en el formato historiográfico utilizado más que en los argumentos.  Estas obras son cuestionadas por ignorar –en el mejor de los casos omitir- las transformaciones de la historiografía del último medio siglo. Así los hechos serían el resultado de la obra de héroes y villanos como en las versiones más degradadas de la historiografía tradicional sin que aparezca referencia alguna a procesos, estructuras o sujetos colectivos; como tampoco a dimensiones del orden de lo social, lo cultural o lo simbólico (44).

Desde la izquierda del campo académico también se ensayaron respuestas para dar cuenta del interés despertado por estos ensayos históricos en el gran público. En el año 2006 la revista Lucha de clases. Revista de Teoría y Política Marxista, publicación del Instituto de Pensamiento Socialista “Karl Marx”, presentaba en el ámbito de la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires su Nº 6. En él se incluía un artículo y varios comentarios sobre el fenómeno Pigna y su recepción en el campo historiográfico (45).

En este caso,  la crítica a la obra de Pigna reposa en su incapacidad –o desinterés- por incorporar un análisis histórico de la estructura socioeconómica, de las relaciones de clase y de las contradicciones del proceso histórico, lo que genera un “…relato simplista y vulgar del pasado, anulando cualquier intento de entenderlo en su complejidad histórica, emparentándose así con las interpretaciones tradicionales de los “próceres” sólo que planteada en otros términos” (46). Al mismo tiempo la insistencia a lo largo de la obra en el accionar de los grandes hombres, los héroes, como motores de las transformaciones, elimina del relato la capacidad de los sujetos sociales colectivos para transformar la sociedad en un sentido revolucionario. La obra de F. Pigna sería entonces la reconstrucción “…en clave tibiamente “progresista” [de] un pasado donde no está en cuestión el sistema social capitalista ni la nación burguesa, terminando en el mismo lugar al que llega la historia tradicional que dice criticar, sólo que reivindicando a “otros” próceres, los “honestos” y “valientes…” (Ibidem).

Esta constatación va unida a otra no menos relevante, que gran parte de la responsabilidad del éxito de ensayos históricos como los de Pigña es de la propia historiografía académica, cuyos miembros “elitistas y pseudoeruditos”, escudados tras un mal entendido objetivismo, declinaron explicar los problemas presentes de la sociedad. El resultado fue “una historia anodina, que muchos sienten aburrida y que es realmente irrelevante a la vida de la gente común. La profesión se volcó hacia adentro, escribiendo para los historiadores y no para la sociedad en general (…) lejos de apuntar a analizar la historia como un elemento para explicar y resolver los problemas del hoy (aún los de burguesía), la profesión se convirtió en un negocio. En este sentido no le sirve ni siquiera a la clase dominante. Lo que sí le sirve es que ha vaciado de contenido y cooptado a importantes sectores intelectuales quitándole un elemento fundamental a la gestación de alternativas populares y obreras…. (47).

Así, para los autores de este dossier, los gestores de estos ensayos históricos supieron aprovechar el relativo vacío de interpretaciones históricas globales y canalizaron su preocupación por la divulgación histórica hacia ese público. Sin embargo,  ambas visiones –las provenientes de la reflexión ensayística y las de la historiografía académica-  no harían más que justificar, por distintas vías la sociedad capitalista y burguesa contemporánea (48). El verdadero desafío sería entonces, para este sector de la izquierda, poder organizar una historiografía que integre “…desde una visión marxista un análisis de la estructura socio económica, del Estado y su relación con el imperialismo, los procesos de luchas de clases, la disputa en torno a proyectos o agrupamientos políticos, y que busque en la experiencia de la clase obrera los elementos que permitan reconstruir su subjetividad y conciencia como sujeto de transformación social….” (49).

Este conjunto de cuestionamientos de los historiadores profesionales a los best-sellers más exitosos del mercado editorial, generaron rápidamente una respuesta de parte de sus autores. No para defenderse de las críticas con argumentos que mostraran que éstas no tenían sentido, sino poniendo en duda la voluntad de los profesionales de la historia por difundir de manera amplia el pasado nacional, por exceder los estrechos marcos de las torres de marfil de universidades y academias y llegar al común de la gente.

La crítica sería para ellos, la manifestación del disgusto por la masiva recepción de las obras, o en palabras de Pigna, “… Cuando uno logra una llegada, este tipo de gente que está acostumbrada a los círculos minoritarios se pone nerviosa…” (50).

Para unos y otros, los relatos construidos sobre el pasado no se validan de la misma manera. Si para el campo académico esta validación esta fuertemente condicionada por el apego a las reglas de la disciplina, para los autores analizados no es la erudición sistemática la que sustenta la interpretación, sino que es el veredicto del público para el que escriben el principal mecanismo de legitimación. Así señala M. O’Donnell, “…Hemos aparecido algunos que contamos la historia no académicamente, sino que se la contamos a la gente y eso ha generado el éxito literario de algunos libros míos, de Felipe Pigna o Jorge Lanata. Son libros escritos para la gente. Muchas veces los especialistas escriben para otros especialistas. El gran problema de los historiadores tradicionales es que escribían y siguen escribiendo para un colega…” (51).

El éxito editorial, clave en una sociedad donde el mercado ocupa un lugar central, no está para Pigña “…reñido con lo académico en absoluto. Intento, y creo que lo logro, dar la mano de lo académico y lo popular para que la gente se amigue con la historia (…) Ver a las ventas como un mal indicador habla del carácter elitista y tilingo de una parte importante de nuestra intelectualidad…” (52).

Quizá la respuesta más clara sobre el valor que le asignan los autores analizados a estas críticas desde el campo profesional – y la demostración de que la legitimidad de su trabajo pasa para ellos por la recepción de los libros y no por su apego a las convenciones disciplinares – sean la afirmación de P. O’Donnell “…yo no me considero un historiador, sino un escritor, que aprovecha los maravillosos argumentos que ofrece la historia argentina…” (53) y  la respuesta de J. Lanata: “… Yo sólo traté de hacer una larga nota periodística sobre la historia argentina. Si a Romero lo deja más contento, voy a sugerir que al libro le pongan una faja que diga ‘esto no es un libro de historia’…” (54).

A modo de conclusión

A diferencia de otros contextos nacionales como el francés, el italiano, el alemán e incluso el norteamericano, en el caso argentino los debates sobre los usos del pasado han tenido menos cultores y repercusión, aún cuando en los últimos años han recibido atención creciente motivada por la cercanía con el bicentenario de la revolución de mayo de 1810 y por el interés en la investigaciòn de temas vinculados con las discusiones e interpretaciones sobre la última dictadura militar que asoló a la Argentina entre 1976 y 1983.  El bajo nivel ideológico de este debate, su focalización en la historia argentina y la poca atención a los temas y problemas que surcan el mundo euroatlàntico han contribuido también a dificultar la difusión por fuera sus fronteras.

Sin embargo, el análisis sobre algunos de  los ensayos históricos  producidos en la última década en la Argentina y los debates a que esto dio lugar, puede abrir una línea de reflexión sobre problemas que lo trascienden. Las diferentes modulaciones establecidas en el diálogo entre los  historiadores, sus obras, y otras narrativas sobre el pasado. La recepción de unas y otras en el  gran público. La legitimidad e institucionalización de los historiadores en las  estructuras estatales y la opinión pública. El papel jugado por el desembarco y expansión de grandes editoriales, los medios masivos de comunicación y las redes sociales  sobre las características de la oferta pero también sobre los gustos e intereses del público. Todas estas cuestiones son una interesante cantera para pensar sobre los usos que se le dan al pasado.

Notes

1. Hablar de historiografía profesional o historiografía académica como un sector especializado en la investigación y enseñanza de la historia, que cuenta con sus instituciones, controles académicos, publicaciones  y formas de legitimación no significa desconocer que es un campo de intereses, interpretaciones y tradiciones intelectuales, ideológicas y  culturales muy diverso.

2. GALLERANO N. (Ed.), L’uso pubblico della storia, Milan, 1995, pàg. 7.

3. Sylvia Saitta sostiene que el ensayo es una estrategia textual de intervención pública, “…Es uno de los géneros discursivos más idóneos para transmitir una exégesis personal y subjetiva, de una realidad en crisis. Y lo es, precisamente, porque se trata de un género altamente interpretativo, que no requiere de la comprobación y la verificación científicas de una investigación sociológica o de un libro de historia (…) el ensayista no crea nuevos sistemas de interpretación (…) la eficacia de la intervención ensayística radica menos en los datos, o en la índole del saber expuesto, que en la forma en que ese saber es interpretado, organizado y sistematizado”. Saitta S. “Modos de pensar lo social.  Ensayo y sociedad en la Argentina (1930-1965)”, en Neiburg F. y Plotkin M. Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina”, Buenos Aires, Paidòs, 2004. Aquí le incorporamos el aditamento de “histórico” para referirnos –y subrayar – a aquellos que toman por objeto el pasado, o bien, postulan una explicación desde el pasado a problemas del presente. Agregar las fronteras difusas también historiadores profesionales han incursionado en el género.

4. Sería interesante indagar a propósito de esta cuestión, sobre la incapacidad casi secular del campo académico de conquistar legitimidad social, captar demandas y acceder a públicos amplios con formatos y lenguajes accesibles, a diferencia de lo que ocurre en otros contextos nacionales como Francia o Italia.

5. Entre otros títulos pueden consultarse “El atroz encanto de ser argentino”, de Marcos Aguinis; “Cómo somos? Trapitos al sol argentinos”, de Carlos Ulanovsky; “La argentina Robada”, de Mario Cafiero y Javier Llorens; “La Argentina del Saqueo” y  el siglo del progreso y la oscuridad (1900-2003), de Maria Seoane, Historias Argentinas. De la conquista al proceso, Los héroes malditos y El grito sagrado de Mario O`Donnell, “Argentinos I” “Argentinos II” y “ADN”, de Jorge Lanata; los cuatro tomos de “Los mitos de la historia Argentina” de Felipe Pigna.

6. Los guarismos de la Agencia Argentina de ISBN (International Standard Book Number) confirman la tendencia alcista para el ensayo: mientras que en 1994 se editaron sólo 152 títulos categorizados como ensayos de autores argentinos, la producción alcanzó un récord de 508 novedades en 2001, y se mantuvo en 459 y 441 nuevos títulos en 2003 y 2004, respectivamente. Sería interesante poner este éxito de ventas de los ensayos históricos en un análisis de más largo plazo, relacionándolo con el florecimiento del interés por la historia ya visible en la década del 90’, sobre todo a través del suceso de las novelas históricas como las de Ma. Esther de Miguel, M. O`Donnell, A. Rivera o I. García Hamilton. Un dato interesante en este sentido es que en la Encuesta Nacional de Lectura realizada por el Ministerio de Cultura y Educación de la Nación en el año 2000 el segundo rubro más leído fue historia (incluyendo aquí la novela histórica), según se desprende de los datos consignados por las personas encuestadas.

7. Ninguno de estos libros ha tenido menos de 4 reimpresiones (algunos ya van por la vigésima) ni una tirada menor a 50.000 ejemplares. Cfr. Lanusse A., “Los nuevos best sellers son los ensayos y los libros de autoayuda”, en La Nación 22/02/2003.

8. Un análisis de estos best-sellers puede consultarse en el artìculo de Flavia Fiorucci “Fascinated by failure: the “bestseller” explanations of the crisis” incluido en el libro Fiorucci F. y M. Klein, Crisis of the millenium: causes, consequences and explanations, Ámsterdam, CEDLA, 2004. En él la autora agrupa a estos best-sellers en categorías a partir de las interpretaciones de la crisis argentina y las salidas que proponen sus autores.

9. Para un análisis detallado de los argumentos esgrimidos por algunos de estos autores y de la respuesta generada en el gran público nos permitimos remitir a M. Rodríguez,  “Los exitosos relatos sobre el pasado. Ensayos, revisiones y análisis sobre la historia argentina en la coyuntura 2001-2005” en Devoto F. (Dir.), Historiadores, ensayistas y gran público. La historiografía argentina en los últimos veinte años (1990-2010), Buenos Aires, Biblos, 2010.

10. En varias de sus obras, cómo así también en entrevistas y artículos el Dr. O`Donnell aparece citado no por su nombre de pila sino por su apodo “Pacho”.

11. En ambos casos los datos corresponden a los tomos I de las obras de ambos autores.

12. Los libros de F. Pigna Mitos de la Argentina (Tomos II, III y IV), y Lo Pasado Pensado fueron publicados también en edición de bolsillo por la editorial Planeta a la mitad del costo de la edición original. El libro de J. Lanata Argentinos, fue publicado en versión de bolsillo por Ediciones B y en una versión “pedagógica” recomendado para su uso en las escuelas de  nivel medio.

13. Todos estos títulos fueron publicados por el Grupo Editorial Planeta entre el año 2008 y el 2011 a excepción de San Martín, el político I, publicado por la editorial de la Universidad Nacional de Gral. san Martín en 2008.

14. Ha publicado dos libros de texto para el nivel medio del sistema educativo El mundo contemporáneo y La Argentina contemporánea, A-Z editorial, Buenos Aires 2000 y una serie de libros con DVD’s.

15. Desde el año 2007 se han editado 10 números: Bouchard, el corsario de la patria; San Martín; Invasiones Inglesas; Sarmiento; Revolución de Mayo; Belgrano; Guemes; Rosas; Castelli; Monteagudo.

16. Los 13 documentales realizados en el marco de su cátedra en el colegio C. Pellegrini y los libros de texto publicados por A-Z editora El mundo contemporáneo, en 1999 y  La Argentina Contemporánea, en el 2000 y Pasado en presente, en el 2001, habían hecho conocido su nombre entre los profesionales de la historia, los docentes de las escuelas de nivel medio y el público interesado e iniciado en la historia, pero no en el gran público.

17. PIGNATA F. Los mitos de la Historia Argentina, Buenos Aires, Norma, 2004, pàg. 13.

18. LANATA J., Argentinos, Buenos Aires, Ediciones Grupo Zeta, 2004, pàg. 15.

19. PIGNA F., Los mitos..., Op. Cit., pàg. 19.

20. O’DONNELL P. Historias Argentinas. De la Conquista al Proceso, Buenos aires, Sudamericana, 2006. Pàg, 223.

21.Soy Periodista de la Historia” Entrevista a P. O’Donnell, Revista ADEPA, Nº 236, 2008. http://www.adepa.org.ar/galeria/pdf/pdf/1221863053.pdf

22. Cfr. La solapa de Argentinos, Op. Cit. Es interesante el texto allí incluido, pues a contramano de lo que hemos expresado aquí, en ese lugar se sostiene que el libro presenta una nueva visión de la historia, “…que ha permanecido oculta en el tiempo, a la espera de una mirada analítica que le diera voz propia…”. Nada más alejado de este propósito de revisión del pasado que la obra de Lanata.

23. Retomando un ensayo de J. Mafud Psicología de la viveza criolla, hace suya una descripción que permite completar los rasgos de esta esencia nacional, de lo que nos argentina : “…El desarraigo social, la viveza criolla, el desprecio a la ley, el culto a la amistad, el no te metàs,…” en Argentinos, Op. Cit., pàg. 430.

24. Nada nuevo hay en el comportamiento y accionar de nuestros políticos y funcionarios, de los militares y los grupos económicos. Por ejemplo, la tortura como parte de las “herramientas” para lograr la confesión de una persona, sojuzgarla por el temor o brindar un castigo ejemplar puede rastrearse, según el autor, en los castigos a los esclavos, los golpes a los niños  en las escuelas, los azotes y otras penas usadas por el ejército durante el siglo XIX contra sus propios miembros, y por supuesto, los secuestros, detenciones y torturas llevadas adelante por las fuerzas armadas en el siglo XX. Los primeros desaparecidos es posible rastrearlos entre la población negra del virreinato del Río de la Plata; y la construcción de “la patria financiera” en el gobierno de Rivadavia. Cfr. Argentinos, Op. Cit., Cap. 2 y 3, tomo I.

25. Basta para tener una idea acabada de la larga vida de la corrupción con leer la descripción de las intenciones y acciones del Capitán Simón de Valdez, tesorero del cabildo de Buenos Aires a principios del S. XVI; de los confederados, todos funcionarios del Cabildo y otras instituciones de Buenos Aires y verdadera organización contrabandista opuesta al gobernador Hernandarias; la actitud de Sobremonte durante la primera invasión  inglesa a principio del siglo XIX; el desempeño de Manuel García y Bernardino Rivadavia en el “primer vaciamiento argentino” del Banco de Descuentos. Cfr. Argentinos, Op. Cit., Cap. 4 y 6, tomo I.

26. O’DONNEL P. Historias…, Op. Cit. Pàg. 15.

27. Es en este sentido que el autor se reivindica como un neo-revisionista cuya tarea es iluminar aspectos ocultos o desconocidos de la  historia nacional.

28. Cfr. el apartado “Un revolucionario arrepentido”, Ibidem, pàg. 83-85.

29. Para analizar puntualmente las diferencias que existen entre los autores en la interpretación de determinados hechos, pueden confrontarse los relatos que hacen del motivo y las consecuencias del hambre durante la primera fundación de Buenos Aires, es particular la relación de los españoles con los indios del lugar, o el análisis del grupo de contrabandistas llamado “confederados”, en el Buenos Aires de principio del siglo XVI.  En los párrafos siguientes se analizarán algunas de las similitudes de orden general entre las obras, pero no de interpretación de sucesos históricos puntuales.

30. PIGNA, F. Los mitos, Op. Cit., pàg. 32.

31. Beatriz Sarlo sostiene que este formato del complot se adapta especialmente a los usos públicos de la historia “…Porque introduce un principio de inteligibilidad simple y monocausal que explica el pasado de modo sencillo y no lo deja suspendido por una trama hipotética que obstaculiza el enunciado de juicios condenatorios más o menos instantáneos (…) frente al narrador hipotético de las historias profesionales, que no es confiable porque ni él mismo confía en la fuerza de su saber, en la medida en que lo recorta contra las hipótesis, las lagunas de sus fuentes, el carácter incompleto de toda representación, la incapacidad narrativa de mucha historia académica actual y las leyes dubitativas del sistema de precauciones institucionales, el historiador del complot es narrativamente completo, discursivamente seguro, ideológicamente afín a sus lectores…”. Sarlo B., “Historia académica vs. Historia de divulgación”, en La Nación, 22/01/2006.

32. En una entrevista T. Halperín Dongui  publicada recientemente en  la Revista Ñ, éste sostenía que lo que provocan los best sellers de temas históricos es “…Una demolición universal de la historia argentina…”. En “La serena lucidez que devuelve la distancia”, Revista Ñ, 28/05/2005.

33. La periodista M. López Ocón en una nota publicada por la revista Noticias señalaba “…Lo inusitado del fenómeno [de la masiva recepción del  libro de Lanata] no pudo, como era de esperar, dejar indiferentes a los historiadores, a quienes un señor sin credenciales universitarias pero con una innegable mediática lograba arrebatarles la atención de los argentinos para contarles de dónde venían, quiénes habían sido y en consecuencia quiénes son hoy…”,  en “La Historia en el ring”, Noticias, 12/07/2003.

34. ROMERO L. A., “Sobre el ser nacional. Argentinos II”, La Nación, 29/06/2003.

35. ROMERO L. A., Reseña. “Los Mitos de la Historia”, La Nación, 20/06/2004.

36. De la mano de este argumento se produce una revalorización de otros divulgadores considerados por oposición como serios. El caso más paradigmático es el de F. Luna, a quien se lo rescata y recupera sosteniendo que “…Félix Luna escribió algunos muy buenos libros de historia, como El 45, y una cantidad de obras de divulgación de excelente calidad, a partir de un conocimiento íntimo de la producción historiográfica”, subraya Romero. “Hoy las cosas son distintas: hay un mayor desarrollo de la capacidad de los medios y una reducción en la capacidad lectora del público. En función de eso se ha constituido un aparato de producción, que alguna vez caractericé como ‘mercaderes de la historia’, que utiliza las técnicas del marketing y escribe lo que el público está dispuesto a consumir…” En “El pasado se volvió atractivo para los lectores”,  Página 12, 04/07/2004.  Esta recuperación es interesante pues se aleja bastante de la imagen que de la obra de Luna construyó el campo académico en sus esfuerzos por profesionalizar la disciplina desde mediados de los años 80’.

37. En una mesa redonda sobre “Cómo se escribe la historia” en el marco de la Feria Internacional del Libro 2005, Hilda Sábato y Fernando Devoto exponían sobre las diferencias entre la historia profesional y  los ensayos de divulgación histórica. A propósito de este punto Devoto señalaba « Estos géneros son sustancialmente diferentes« . « Y es inevitable que las formas de hacer historia coexistan, sobre todo en países como Argentina, donde el campo profesional no goza del prestigio de otros contextos, como Francia o Italia, donde los historiadores son o eran los centralmente legitimados por la opinión pública para ocuparse también de los lugares del ensayo histórico. » Para ambos, una reconstrucción confiable de los hechos del pasado, una buena investigación histórica estaría dada por las reglas de la historiografía y por la capacidad de entender el pasado en términos propios. “Debate. Sobre como se cuenta la historia”, Clarín, Sección sociedad, 09/05/2005.

38. “Reflexiones con Historia. En torno a la verdad. Detrás de la Historia oficial ¿hay otra?, ¿la verdadera? Sobre estos temas debaten los historiadores Miguel Ángel De Marco y Luis Alberto Romero”, La Nación Revista, 30/05/2005.

39. ROMERO L. A., “Sobre el ser nacional…” Op. Cit.

40. ROMERO L. A., “Reseña. Los mitos…”, Op. Cit.

41. La figura de M. O’Donnell (ya no sólo su obra) nuevamente ha sido objeto de atención por parte de la historiografía profesional en los últimos meses del año 2011, a raíz de su designación como presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano “Manuel Dorrego”, creado por decreto presidencial del 17/11/2011. Excede este análisis las repercusiones que la creación de esta nueva institución tiene en el campo historiográfico, pero baste decir que generó un debate público con repercusión en los medios masivos de comunicación sobre el rol del historiador y los usos políticos de la historia.

42. Es necesario señalar aquí que en la obra de M. O’Donnell analizada hay un esfuerzo por presentar a los héroes con matices, Manuel Belgrano, Mariano Moreno o Bernardo Monteagudo aparecen como hombres de su época, como patriotas abnegados pero también como miembros de una elite que despreciaban lo popular y autóctono.

43. CIBOTTI E. “El boom de los libros de historia y el debate sobre el alcance de la divulgación”, Página/12, 07/04/04.

44. Un elemento que podría abonar esta crítica es el tratamiento que estos autores hacen de lo que denominan historia oficial. Construida según sus explicaciones en la segunda mitad del siglo XIX parecería haber permanecido incólume en sus explicaciones hasta nuestros días, Bartolomé Mitre -considerado uno de los fundadores de la historiografía argentina- y los historiadores contemporáneos, serían parte de la misma historia oficial.

Una descripción de las criticas al formato historiográfico utilizado, puede leerse en el artículo de H. Sàbato y M. Lobato “Falsos mitos y viejos héroes”, Revista Ñ, 31/12/2005. Aunque las autoras analizan no libros sino el programa de televisión  “Algo habrán hecho” conducido por F. Pigna y M. Pergolini, los argumentos utilizados pueden ser extendidos a éstos; en particular los cuestionamientos a una historia maniquea, sin matices y muy tradicional.

45. Cfr. en el apartado Historia y Cultura  el artículo de Feijoo L., “El nuevo interés por la historia. La visión light de Pigna y la crisis de la historiografía liberal” y las opiniones de P. Pozzi – J. Vazeilles y J. Hernández, (profesores de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires) todos en  Lucha de clases. Revista de Teoría y Política Marxista  Nro. 6,  2006, pp. 213-234.

46. FEIJOO L., Op. Cit., pàgs 216-217.

47. POZZI P. “A que responde el fenómeno Pigna”, en Lucha de Clases, Op. Cit, pàg. 226.

48. Pozzi sostiene en su artículo que “…no es accidente que Pigna emerja cuando también hay una reactivación de la movilización obrera y popular: es una propuesta histórica que dice básicamente que no hay nada que la gente común pueda hacer y que la única alternativa es apoyar a uno de los « grandes hombres » en contra de la corrupción. Digamos, Kirchner sería ese gran hombre…”. Pozzi P., Ibidem.

49. FEIJOO L., Op. Cit., pàg 225.

50. Entrevista a Felipe Pigna « La Historia es terapéutica: trabaja con el pasado para mejorar el presente », Clarín, Sección Sociedad,  09/01/2005.

51. “Es necesario que la enseñanza de la Historia responda a las verdades”, Diálogos con  P. O’Donnell, Revista ABC, Dirección General de Educación y Cultura, Año 1, Nº 4, 2008.

52. Reportaje a Felipe Pigna “Muchos de nuestros intelectuales tienen un carácter elitista y tilingo”, en Clarín, 10/2006.

53. Entrevista a P. O’Donnell, Diario Hoy, 29/12/2005.

54. “La historia en el ring”,  Op. Cit., pág. 49.

Publié sur le site de l’Atelier international des usages publics du passé le 13 février 2013